Confieso que siempre me han fascinado los personajes que se atreven a vivir a contracorriente. José «Pepe» Mujica, el expresidente uruguayo recientemente fallecido, es uno de esos raros especímenes humanos que incomodan por su autenticidad, por su lucidez brutal y por una coherencia que no se compra en los supermercados del poder. Un hombre que se negó a mudarse al palacio presidencial, que vestía como un jardinero y hablaba como un filósofo popular. Hoy quiero invitarlos a conocerlo a través de tres obras notables que retratan su singularidad con admirable sensibilidad.

La primera obra, es y sin duda, la más celebrada, es la película «La Noche de 12 años«. Dirigida por Álvaro Brechner y protagonizada por un imponente Antonio de la Torre en el papel de Mujica, este filme es una verdadera lección de dignidad. No es solo cine político: es una experiencia emocional. Narra con crudeza y poesía los años de encierro y tortura que Mujica soportó como preso político durante la dictadura uruguaya. Y uno termina esa película —créanme— con el alma encogida y el corazón en llamas. Mujica no fue un mártir ni un santo. Fue un hombre roto que decidió no odiar.

El segundo título es, «El Pepe, una Vida Suprema«, nos acerca al Mujica posterior, al presidente austero y sabio que muchos conocimos en sus entrevistas virales, aquel que citaba a Séneca mientras ordeñaba una cabra. Dirigido por el excéntrico Emir Kusturica, este documental ofrece una mirada íntima, a veces contemplativa, al hombre detrás del mito. Lo vemos en su chacra, acompañado de su compañera Lucía Topolansky, reflexionando sobre la muerte, el amor, el consumo y la política. Mujica no se vende: se expone, se entrega, se ríe de sí mismo.

El tercer titulo es el documental, «Pepe Mujica: Lessons from the Flowerbed,» que tiene un aire más europeo, más sereno. Está dirigido por la suiza Heidi Specogna y es quizás el más filosófico de los tres. Aquí, Mujica es una suerte de jardinero de la democracia. Se mueve entre flores y palabras, construyendo un legado más allá de las ideologías. Es una pieza menos conocida pero profundamente reveladora, ideal para quienes buscan entender al Mujica pensador, ese que hablaba más del alma que del poder.

Estos tres retratos no son propaganda ni biografías complacientes. Son espejos rotos que, al reconstruirse, nos muestran las muchas facetas de un hombre que vivió como pensó. Mujica es una rareza en tiempos de impostura. Un líder que predicó con la vida. Un revolucionario que eligió el perdón. Y si uno quiere entender por qué tanta gente, aun sin compartir sus ideas, lo respeta profundamente, estos tres títulos son el mejor punto de partida.

Mírenlos. Disfrútenlos. Y prepárense, porque Mujica no es solo un personaje: es una pregunta incómoda que sigue vigente. ¿Qué haríamos nosotros si tuviéramos el coraje de ser tan honestos? ¿Tendríamos la decencia de vivir con menos, pensar más y amar mejor? Mujica lo intentó. Y vaya que nos dejó una lección inolvidable.