Mar Adentro ganó por sincera

NotasPremios Oscar

Han pasado veinte años desde que Mar Adentro se alzó con el Oscar a Mejor Película Extranjera, y uno tiene la sensación de que el mar sigue hablándonos. En febrero pasado, con discreción y sin alfombra roja, se celebró el aniversario de ese triunfo que no solo enalteció al cine en español, sino que puso en primer plano una historia tan humana, tan dolorosa y tan necesaria como la de Ramón Sampedro. Alejandro Amenábar dirigió esa obra maestra con la ternura de quien acaricia una herida abierta. Lo que logró fue mucho más que una película: fue una declaración de principios.

Basada en la vida de Sampedro, un marinero gallego que quedó tetrapléjico a los 25 años y luchó durante tres décadas por el derecho a morir dignamente, Mar Adentro nos obliga a mirar de frente una pregunta incómoda: ¿es vivir a cualquier precio un acto de valentía o una forma de tortura? La película toma como punto de partida el libro Cartas desde el infierno, donde Sampedro dejó escritas sus ideas, su humor melancólico, su lucidez feroz. El cine de Amenábar supo leer ese dolor y convertirlo en belleza.

Javier Bardem, que entonces tenía poco más de treinta años, hizo lo imposible: convertirse en un hombre de casi sesenta, inmóvil pero vibrante, encerrado en un cuerpo que ya no le obedecía, pero con una mirada que lo decía todo. Su actuación fue como una ola lenta y poderosa que nos arrastra hasta el fondo. Bardem no actuó: se volvió Sampedro. Fue tan conmovedor, tan verdadero, que uno salía del cine sin palabras, solo con preguntas.

La película arrasó con 14 Premios Goya y conquistó también el Globo de Oro. Pero el Oscar fue el gesto final, el reconocimiento de que el cine puede ser profundamente político sin dejar de ser íntimo, poético y universal. Fue un triunfo para España, claro, pero sobre todo fue una victoria para la dignidad humana, esa que no grita, pero resiste. Mar Adentro no ganó por llorona ni por trágica, sino por sincera. Y esa sinceridad sigue doliendo.

Dos décadas después, Mar Adentro sigue siendo una película que no se oxida. No envejece porque las preguntas que plantea siguen ahí, flotando como botellas al mar. ¿Tenemos derecho a elegir nuestra muerte? ¿Puede una vida sin movimiento seguir siendo vida? Tal vez no hay respuestas. Pero hay películas que, como ésta, nos obligan a buscarlas. Y en ese viaje, como Ramón, uno se lanza mar adentro sin saber si volverá.

Referencias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *