Entre los vampiros del cine hay toda una genealogía de estilos. Los hay monstruosos, casi animales, como el Nosferatu (1922) de Murnau, esa sombra alargada que parecía diseñada para aterrar a una Europa que todavía temblaba por la guerra. Los hay aristocráticos, como Bela Lugosi en Dracula (1931), dueño de una mirada hipnótica que definió para siempre la figura del conde. Y los hay románticos, como el Christopher Lee de Horror of Dracula (1958), altivo y magnético, capaz de convertir la sed de sangre en un gesto de seducción.

Pero Drácula nunca ha sido solo un vampiro más. Mientras otros personajes se limitan a cazar víctimas, él carga con un destino distinto: el del amor. Cada versión parece recordarlo. En Bram Stoker’s Dracula (1992), Gary Oldman no solo mordía, también lloraba y suplicaba, enamorado de Winona Ryder con la intensidad de un poeta maldito. En Interview with the Vampire (1994), la pasión se mezclaba con la atracción homoerótica y con el ansia de eternidad. Y en Only Lovers Left Alive (2013), los vampiros de Jim Jarmusch vivían como amantes melancólicos, más cerca de un bolero eterno que de una pesadilla gótica.

Ahora llega Dracula: A Love Tale (2025), dirigida y protagonizada por Luc Besson. La apuesta es arriesgada: devolver al conde su dimensión más sentimental. No es un guerrero como los de Blade (1998) o Underworld (2003), ni un antihéroe como el de From Dusk Till Dawn (1996). Este Drácula de Besson no solo seduce: se entrega, se desarma, se enamora.

Y aquí aparece la pregunta inevitable: ¿qué necesita un vampiro para ser un Drácula? La respuesta es simple: necesita enamorarse. Sin amor, un vampiro es apenas un depredador nocturno, un espectro más de la oscuridad. Con amor, en cambio, se convierte en mito, en figura trágica que sufre y arde por dentro. La sangre alimenta, pero el amor condena.

La paradoja es fascinante. Drácula puede resistir al sol escondiéndose, puede escapar de los crucifijos, puede dormir siglos en un ataúd de tierra. Pero del amor no huye. El amor lo expone, lo debilita, lo vuelve mortal en lo más íntimo. Esa es la razón por la cual, más de un siglo después de Stoker, el personaje sigue regresando a las pantallas.

El nuevo filme de Besson insiste en esta vulnerabilidad. Su conde no se limita a conquistar con colmillos afilados. Suspira, se entrega, se enamora como un adolescente eterno. Y en ese gesto se distancia de los vampiros guerreros o mercenarios: ya no es monstruo, es mito romántico, condenado a sufrir más que a morder.

Cada generación ha tenido su propio Drácula. El monstruo de Murnau, el galán de Lugosi, el aristócrata de Lee, el enamorado de Oldman. Ahora, el amante de Besson. Todos diferentes, todos iguales en algo: el amor los convierte en más humanos que los propios humanos.

Al final, Drácula es un vampiro con estilo, sí. Pero también es, y sobre todo, un vampiro enamorado. Y esa condena de amar demasiado es, tal vez, su verdadera inmortalidad.

Dráculas esenciales

Dráculas de acción y Vampiros híbridos

El Drácula icónico

Referencias

letterboxd.com – butaca71/universo-de-dracula